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Para mirarnos al espejo

Saltarse la ley parece ser la regla y no la excepción en un país donde la mayoría, justamente, pone sus propias reglas y no mira ni actúa más allá de sus propios intereses y necesidades. Y esto no tiene que ver con quien tiene dinero y quien no lo tiene. Tiene que ver con cómo somos y con cómo queremos ser, de cara a un país que va a cumplir 200 años de independencia.

POR: MAURICIO AGUIRRE CORVALÁN   

La tragedia de la discoteca Thomas Restobar en Lima, donde murieron 13 personas, no debe ser vista como un hecho aislado en medio de la pandemia que nos azota en estos tiempos. No se trata de un grupo de desobedientes y faltosos que decidieron asistir a una fiesta cuando están prohibidas todo tipo de reuniones sociales. Es algo que debe hacer que nos miremos a nosotros mismos como personas, como sociedad y sobre todo como país.

El sábado en el distrito de Los Olivos ocurrió una desgracia, pero mientras todos mirábamos entre asombrados y horrorizados las imágenes en televisión, en muchos otros lugares del país las autoridades también intervenían locales comerciales y viviendas donde se realizaban desde ruidosas fiestas hasta rociadas reuniones familiares.

Saltarse la ley parece ser la regla y no la excepción en un país donde la mayoría, justamente, pone sus propias reglas y no mira ni actúa más allá de sus propios intereses y necesidades. Y esto no tiene que ver con quien tiene dinero y quien no lo tiene. Tiene que ver con cómo somos y con cómo queremos ser, de cara a un país que va a cumplir 200 años de independencia.

¿Cuál es la diferencia entre ir a una reunión familiar y tomarse unas chelas y la juerga en el Thomas Restobar que terminó con 13 muertos? Ninguna. En una vas con tus parientes, conversas, comes rico te tomas un par de tragos y luego regresas a tu casa a dormir. En la otra te juntas con tus patas y te vacilas hasta las últimas consecuencias. En ambas sabemos que estamos violando la ley, pero no nos importa. Ahí está el problema y lo triste de una sociedad que muy pocas veces se ha podido ver como un grupo cohesionado con intereses de bien común.

Pero si nosotros como peruanos de a pie tenemos una gran responsabilidad en lo que nos está ocurriendo, no debemos dejar de lado a un actor principal en esta película con un guion escrito con hechos reales. Ese actor, es el tristemente conocido como Estado.

Somos un país donde el 70 por ciento de la gente vive en la informalidad. Vive sin esperar nada del gobierno de turno, es decir el Estado, y muchas veces sobrevive a pesar del Estado. Otros utilizan al Estado cuando es funcional a sus intereses y el resto todavía tiene la esperanza de ver al Estado como el ente rector que genere las bases para la convivencia social, la inclusión y el bien común.

El Estado en el Perú ha sido por años lento, indolente y corrupto. Los servicios básicos que debe garantizar a la población son normalmente deficientes. La salud es un desastre, y la Covid-19 lo ha reflejado trágicamente, y la educación, por paradójico que suene, no ha aprendido casi nada. Esto, sólo por citar un par de sus obligaciones y no hablar de la falta de agua potable y energía eléctrica en muchos lugares del país.

Es triste decirlo, pero para muchos de nosotros el Estado estorba, y en realidad se lo ha ganado a pulso. Pero eso trae consigo un gran riesgo. Si el Estado no me sirve y no me representa, ¿Para qué voy a cumplir las reglas que me quiere imponer?

Lo ocurrido en el Thomas Restobar es mucho más que una tragedia que acabó con la vida de 13 personas. Es la síntesis de lo que somos y es, justamente por eso, que debemos mirarnos en el espejo de lo que tenemos, para saber lo mucho que nos falta.

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