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“Lechuga”: a dos años de su partida

Escribe: Julio Failoc Rivas.              

Hoy se cumple dos años desde que nuestro “Lechuga”, José Luis López, se nos adelantó, partió para siempre. Quienes lo conocimos fuimos devastados por su partida, porque sabíamos que él quería quedarse, nos lo dijo, de alguna manera, con un mensaje WhatsApp de despedida, porque sentía que su tarea no estaba cumplida. Todavía había muchas cosas que hacer, y no las hizo, porque la muerte le quitó la vida inesperadamente.

Tal vez nunca se lo he dicho a nadie, ni siquiera al mismo Joselo, pero él fue mi mentor. La persona más inteligente y honesta que conocí, a quien seguí siempre sin preguntar a dónde iba; no me interesaba hacia donde se dirigía porque estaba seguro de que iba a llegar a buen puerto. Nunca le perdí el rastro, leía todo lo que escribía y tuve la suerte de escribir varias cosas junto con él.

Lo conocí en San Marcos, cuando éramos apenas jovenzuelos. Él tenía una cabellera larga y ensortijada que hacía honor a la chapa que lo acompañaría siempre, “lechuga”, y es que era fresco, creo que de allí vino el apelativo que lo acompañó hasta que dejó la vida.

Estudiaba en la Católica y solía visitar San Marcos, porque en la decana había más movimiento político, además, me parece que era el responsable político de Jacobi, un dirigente estudiantil que por esa época presidía la Federación Universitaria de San Marcos.

Era tímido, pero de buen hablar, tenía un discurso radical e incendiario, y a la vez transparente, hasta cierto punto ingenuo. Recuerdo que una vez −luego de que culminara un discurso en contra la dictadura militar de Bermúdez− me acerqué para preguntarle sobre algunos tips para hablar en público.

En menos de cinco minutos me dio algunas recomendaciones y, sin consultarme, me lanzó al ruedo, no sin antes preguntarme si simpatizaba con el Partido Comunista Revolucionario-PCR, organización política en que él militaba. No sé porque, pero le dije que sí, cuando yo no tenía ni puta idea de qué era el PCR y menos quienes formaban parte de esta organización política.

Tomó una silla y me presentó como dirigente del partido. Me quedé mudo unos segundos, luego empecé a tartamudear hasta agarrar confianza y lanzar un discurso, no sé de qué, pero la gente me aplaudió.

Debo confesar que, si bien mi hermano José tuvo mucha influencia en mi formación política, a Joselo le debo el haberme descubierto como líder y dirigente estudiantil, y hasta haberme convertido en “cuadro político”, del Partido que luego formé parte junto a él.

A los años nos volvimos a encontrar en el Cuzco, en el congreso fundacional de un partido de izquierda, en el que ambos tomamos la decisión de integrar ésta organización partidaria.

En la reunión conocí a Narda Rejas, Directora y a algunos directivos de una ONG Ambientalista, de la cual “Lechuga” formaba parte. Cuando se enteró de que era economista, me propuso ir a Ilo para trabajar con él.

Fue Ilo la que nos acercó al coñac y al vino. Nos hicimos amigos de versos, andanzas y tragos; nos convertimos en grandes descubridores de calles y bares por las noches. Bebimos todo lo que había que beber, hasta un poco más y amamos hasta el hartazgo todo cuanto se podía amar, sin remordimiento y con la convicción de ser adictos al amor, y como tal, deberíamos ser tratados por nuestras parejas.

La caída del muro de Berlín y el fracaso de la Perestroika nos hizo perder fe en la revolución, pero también nos reinventó e hizo que apostáramos más a lo local, con nuevas utopías que por esa época estaban de moda, la agenda XXI, la participación ciudadana y la equidad de género.

En nuestras conversaciones muchas veces sentimos la necesidad de transitar de la tesis del partido único a los movimientos políticos locales y descentralizados, del dogmatismo a la heterodoxia, de la polarización a la concertación, y de allí ya no sabíamos dónde, pero de lo que estaba seguro es que él iba a encontrar su camino.

Joselo, luego de abandonar la tesis del partido único, eligió el camino más complejo y empedrado, el de la reconciliación a través del diálogo y la concertación, tenía gran capacidad para hacer algo.

En muchos momentos compartimos nuestras elucubraciones con el “chino” Herrera, hombre admirable que, como decía –sin quererlo y por mandato del partido fue Alcalde– y luego continuó por tres veces más en esa responsabilidad. Él no tomaba, pero compartía nuestras interminables tertulias.

Mientras elegí lo mundano –además de escribir de vez en cuando para mis amigos e intentar formar una familia bien constituida– ellos cumplieron, en mi opinión, largamente con su propósito de vida, yo aún sigo en el intento de formar una familia, mientras intento seguir el legado que dejó nuestra gran “Lechuga”.

En Ilo, en el calor de la lucha contra Southern y en la búsqueda por construir un modelo de gestión ambiental concertada, democrática y participativa, afirmamos más nuestra amistad y nos hicimos amigos entrañables para siempre. A los años, fruto de esta experiencia, Joselo tuvo la feliz iniciativa de formar en Lima, desde Labor aún, el Grupo de Diálogo, el mismo que ha inspirado a muchos para replicarlo a nivel regional e incluso él logró convertirlo en un foro internacional.

José Luis, fue un gran concertador y luchador social. En su momento y en Ilo, planteó combinar la movilización social y la confrontación, como instrumentos para llegar a grandes acuerdos. Pasó de la tesis del partido único al grupo de dialogo, reemplazó la dictadura del proletariado, por una red de líderes ambientalistas dialogantes, como contrapeso a los abusos que se podrían producirse con algunas empresas mineras, pero, sobre todo, lo más creativo, fue abandonar la idea de violencia y la confrontación, por la concertación y la construcción del consenso, a través del diálogo, y a favor de las comunidades y de los pueblos del entorno minero.

José Luis, nuestro “Lechuga”, fue, ante todo, un ser humano, con una profunda capacidad de combinar en dosis exacta el diálogo, la reflexión y la acción. Un hombre que se atrevió a cambiar la historia, la de él y la de muchos de nosotros.

Nos dejó un gran legado: “Hacer con el diálogo transfusiones de sangre”.

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