Ismael y las cenizas del tiempo

“Hay dos cosas que se ganan al envejecer: un buen vino y una gran amistad”. Jaime Borras

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POR: CÉSAR CARO JIMÉNEZ

El artículo que a continuación transcribo, gracias a la cortesía del Director de este medio, fue publicado en junio del 2014. Ismael murió el 14 de abril del año pasado. Ha transcurrido más de un año de su partida y aún no nos acostumbramos a su ausencia.

Quien escribe estas líneas, aprendió a amar –con otros tantos primos–, a Moquegua en innumerables conversaciones de sobremesa con los abuelos, los padres, los tíos más cercanos y queridos, aparte de los amigos del entorno familiar que nos enseñaron a sentirnos orgullosos de su historia y tradiciones, de sus sueños e ilusiones de progreso y desarrollo.

Amor que fue ratificado a través de la lectura de autores y obras que podríamos considerar clásicas para rememorar nuestra historia, entre las cuales podemos citar por ejemplo las de Atilio Minuto de la Flor, Luis Kuong Cabello, Edwin Adriazola Flores, Gustavo Valcárcel Salas…y con particular énfasis y admiración, las de Ismael Pinto Vargas.

Y aquí cabe precisar, que la primera obra de Ismael que tuve el placer de leer fue la “Pequeña Antología de Moquegua, publicada en 1959, cuando tenía apenas veintiún años, la misma que va a ser nuevamente publicada, corregida y bien, pero muy bien aumentada, gracias a la Fundación Bustamante de la Fuente, dentro de la colección dedicada a las ciudades emblemáticas del Perú.

Posteriormente, allá por el año 1966 tuve el privilegio de conocerlo, cuando Ismael, era ya un distinguido historiador, abogado, literato y periodista, egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, que tenía a su cargo las páginas culturales del diario “Expreso”, cuando el mismo se encontraba en la calle Ica del centro de Lima…y en el cual compartía la sala editorial, entre otros con Manuel D’Ornellas, Jaime de Althaus, etc.

Y saben: en todos estos años de amistad y aprendizaje gracias a su ejemplo y experiencia, he podido apreciar su bonhomía y don de gentes, a tal punto que no creo que hay alguien que no le tenga aprecio y cariño, tanto por su personalidad, –ajena a las bajas pasiones y envidias tan propias del mundo intelectual peruano–, como a su desinterés a la hora de ofrecer concejos y/o apoyo.

Personalidad y capacidad que le han permitido,  aparte de ser profesor en la Escuela Profesional de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de San Martín de Porres y Director del Instituto de Investigaciones durante muchos años y asimismo acompañar al doctor Luis Alberto Sánchez, en los años en los cuales el mismo se desempeñaba como Senador, a pesar de la pronunciada ceguera que sufría, contando para superarla con Ismael, que aparte de ser su hombre de mayor confianza, era quien suplía su carencia visual, a tal punto que publicaron juntos las Obras Completas de Abraham Valdelomar.

Y si de obras se trata, no podemos dejar de mencionar, con sana envidia y admiración, su prolija e inmensa producción intelectual, casi siempre –cabe recalcarlo, ligada al devenir de Moquegua–, que le ha valido ser incorporado a la Academia Peruana de la Lengua en el 2004, donde actualmente se desempeña como su Secretario: “Valdelomar en Moquegua” (1991); “Examen de Conciencia. Antología de Luis Alberto Sánchez (1988)”; “El Joven Sánchez. Antología 1909- 1920 (1990)”; “La Muerte del Mariscal Domingo Nieto (1994)”; “Moquegua perfil de una ciudad (2000)” y “Sin Perdón y Sin Olvido: Mercedes Cabello de Carbonera y su Mundo (2003)”  y con Félix Denegri Luna, “Perú y Ecuador: Apuntes para la historia de una frontera”, la mayoría de las cuales adornan mi biblioteca particular.

Y me hago una pregunta que quiere a la vez ser sugerencia: ¿no sería conveniente que algunas de nuestras instituciones públicas o privadas posibiliten que las instituciones educativas de secundaria y universitarias tengan en sus bibliotecas, las obras de nuestro paisano, como una forma de inculcar amor a nuestra tierra, a su historia, tradiciones e identidad?

Una labor intelectual encomiable, que a mi modesto entender ha tenido, –hasta la fecha claro está–, el mayor pico en la completa y esclarecedora biografía de Mercedes Cabello Llosa de Carbonera, con la cual Ismael ha contribuido a la revaluación crítica de nuestra paisana en el universo literario peruano y continental. Cabe indicar que muchos de los ensayos de doña Mercedes, tienen una vigencia que el tiempo no ha logrado destruir.

Pero volviendo a Ismael, no puedo dejar de señalar que su encomiable amor a Moquegua, –¡bien por nosotros! –, a la vez creo que le ha impedido alcanzar otros horizontes intelectuales. Porque, conociendo de cerca su inteligencia, imaginación y buen escribir, que le permitió estar en el círculo que Raúl Porras Barrenechea propiciaba, conjuntamente con otros grandes como Vargas Llosa, Pablo Macera, etc., tengo plena seguridad que, de habérselo propuesto, hubiese destacado con singular brillo en el espacio intelectual que hubiese querido.

Y para finalizar, estas líneas me permito hacer otra sugerencia: dado que a Ismael Pinto Vargas, uno de los pocos referentes éticos que tiene nuestra juventud, y al cual se le ha reconocido en diversas oportunidades sus méritos como pocas veces ha sucedido en nuestro devenir, sería más que conveniente que propiciemos que en Moquegua se cree con apoyo de la empresa privada o las universidades, una Biblioteca Regional, la cual aparte de llevar su nombre, –previo acuerdo con Ismael–,  puedan más adelante albergar sus libros, documentos y periódicos.

La conozco y puedo dar fe que la misma, aparte de obras de carácter universal, cuenta con el mayor acervo cultural e histórico relacionado con el pasado, y me atrevo a decir del presente e incluso del futuro de Moquegua.

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