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Carta secuestrada

Escribe: Julio Failoc Rivas       

Querida hija mía, te escribo desde agosto, en una mañana fría, en el preciso instante en que la primavera empieza hacer su nido. Para que tú entres, el corazón se me abre a veces de tristeza. El corazón se me abre de tristeza para que, entre el tiempo de ayer envejecido, y pueda contarte un cuento donde tú seas el centro de mi pecho.

Ariana quería confesarte que no naciste en Arequipa, como mamá, sino en Cajamarca como tu bisabuela, mi abuela, un dieciocho de agosto de hace diecisiete años, minutos antes de la hora en que la cenicienta dejara un zapato de cristal para dejar un rastro a tu príncipe pudiera encontrarte.

Naciste cuando te dio la gana de nacer, fue tu primer acto rebelde que te dio la categoría de leona convicta y confesa de nacimiento, con nombres y apellidos completos. Esperaste que me fuera a Lima para nacer, estuviste peleada conmigo en el nombre de tu madre por mí mal carácter. Me dejaste de hablar hasta que empezaste a balbucear tus primeras palabras. En lugar de decirme papá, me reclamaste por mi mal comportamiento. Con el tiempo nos reconciliamos y aprendimos a construir entre los dos un puente indestructible.

Heredaste de mí la afición y el fanatismo de coleccionar amigos de apellidos pálidos. Tienes el carácter fuerte, indomable e inteligente de tu madre, lo que hace que seas tierna y a la vez inexpugnable. Jamás gateaste, ni diste tus primeros pasos, como lo hace cualquier niño mortal, simplemente un día te dio las ganas de caminar y caminaste.

Aprendiste a escribir antes que a leer. A los cinco años escribiste un cuento, y a los pocos meses recién pudiste leer tu primer cuento. Ahora eres una lectora incansable de cuentos que yo me invento para ti, donde tú y tu hermanita, son las protagonistas.

Eres capaz de conmoverte en el cine -hasta el llanto- por el abandono o muerte de un perro o una mascota, incluida una paloma o una lagartija. Lepetit Pon-pon, Chico Listo y Cholito, perritos de raza Shitz-zu, son tus mascotas favoritas a quienes, a punto de ponerles vestidos, ganchos y cintillos, de color rosado, evitan que las gentes puedan diferenciar si son machos o hembras.

Para que tú entres el corazón se me abre a veces de tristeza. Pero ya no es esa tristeza que cansa ni hiere, sino esa que duele justo al lado izquierdo del centro de mi pecho. Duele verte crecer inexorablemente y no poder hacer nada para detener el tiempo de ayer envejecido. Odio lo que se pierde de ti en cada paso, en cada palabra que aún no puedo decirte. Como diría Juan Gonzalo Rose: “Mejor será para mañana. Doblo amorosamente mi flor para mañana, pues ellas ya saben esperarte conmigo”.

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