La juventud pretende lograr identidad. ¿lo conseguirá?

“De ningún lado del todo, de todos lados un poco” - Jorge Drexler

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POR: ALEJANDRO FLORES COHAILA

Siempre que escribo encuentro paz, no si sea la escritura en sí, o quizá todo el proceso previo a escribir, pero siempre encuentro –o me encuentra a mí- un sentimiento de profunda paz. El tema que toque ahora puede percibirse como hostil, pero créame, querido lector, cuando le digo que no es así. En principio, la búsqueda de identidad es un proceso íntimo, y saltarlo indistintamente puede tener graves consecuencias.

Este deseo irreprimible de pertenencia puede ser –y ha sido– maliciosamente manipulado por quienes editan y cuentan la historia, mas no por quienes la escriben. En mi memoria permanece casi incólume el recuerdo de mi primera clase de historia, o por lo menos de la primera que preste atención.

El profesor, a quien veíamos como un gran tótem, tomó una posición erguida y con mirada desafiante dijo: “El que no quiere a su patria, no quiere a su madre. Así de simple, todos debemos amar el Perú porque nacimos aquí”. Me imagino que él, al igual que yo, debió haber escuchado eso de su profesor de historia o de su padre, y en su labor de educador, nos inculcaba lo mismo a nosotros.

Nadie cuestionó el mismo día; pocos aprendimos después de años. Es, indudablemente, un círculo vicioso; pero lo que creemos nuestro desde el principio siempre ha llegado desde otra parte. Saúl Peña Kolenkautsky, profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, escribió: “Es necesario consolidar nuestra identidad de origen con la identidad universal, dado que los valores de la humanidad, en conjunción con los propios, son los que representan más plenamente al hombre”.

Por lo expuesto creo, firmemente, que toda tradición, costumbre, canción y persona humana es migrante, no tenemos pertenencias, sino equipaje. Las tradiciones recientes tienen inicio en la conquista; las más antiguas –que a simple vista parecen totalmente nuestras– vienen de personas que atravesaron un gélido camino hasta llegar a tierras andinas.

Incluso si rastreamos nuestra existencia hasta los primeros bípedos, nos percatamos que vivíamos colgando mucho antes de andar, y que bajamos de aquel cómodo árbol en búsqueda de más alimento y de nuevos paisajes; pero también nos enfrentamos a bestias salvajes, a hambruna y a pesadillas tormentosas. Con el tiempo aprendimos a volver al agua, pero sin tocarla. Llevábamos manos sobre las nuestras, y sobre ellas el remo que nos impulsaba. Cargamos con nuestras canciones, nuestras tradiciones, y sembrábamos historia al lugar donde llegábamos. Nos dispersamos, recorrimos desiertos y glaciares, el mundo entero lo poblamos. Sin embargo, el paso del tiempo ha borrado de nuestra memoria nuestro inicio conjunto: fuimos la gota de agua que llevaba un meteorito, uno que recorrió galaxias enteras antes de estrellarse contra la tierra.

Parece no tener sentido inflar el pecho y levantar la frente por haber nacido entre líneas imaginarias junto a millones personas que nunca conoceremos; pero sí tiene sentido el orgullo patrio cuando obedece al conocimiento y a la razón, esto es, respetando siempre al extranjero, porque todos somos, al principio y al final, en palabras de Jorge Drexler, de ningún lado del todo, de todos lados un poco.

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