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A veces es imposible decir adiós

POR: ALEJANDRO FLORES COHAILA     

  1. En la vida de las personas que he conocido siempre hay alguna que, a decisión propia, está presente sin formar parte de la familia nuclear, y alecciona en la labor de ser humano y cubre los abrazos huecos que los padres dejan. Ahora mismo, no estamos encerrados con ellos y se alza la nostalgia en nuestras pupilas. Si son viejos, si son diabéticos, si son…
  2. ¿Y qué ocurre cuando no se puede decir adiós? ¿A quién debo reclamar en ese momento? ¿Qué se supone que debo sentir? ¿Quién es el responsable? La muerte se siente tan segura en este juego que nos da la vida de ventaja.
  3. En esta temporada extraña, de brazos desnudos y rostros tapados, vuelvo a ver a la muerte como un acontecimiento solitario, en que dejamos de vernos para no olvidarnos.
  4. Nadie sabe qué vendrá y nadie tiene respuesta a las incertidumbres más terroríficas. Pero el verano pasado en las páginas de un libro de Mark Haddon encontré un pequeño consuelo: “A veces, cuando las personas se mueren, las ponen en ataúdes, lo que significa que no se mezclan con la tierra durante muchísimo tiempo, hasta que la madera del ataúd se pudre.

Pero a Madre la incineraron. Eso quiere decir que la metieron en un ataúd y lo quemaron y redujeron a cenizas y a humo. Yo no sé qué se hace de las cenizas, no pude preguntarlo en el crematorio porque no fui al funeral.

Pero el humo sale por la chimenea y se dispersa en el aire, y a veces levanto la vista al cielo y pienso en que allá arriba hay moléculas de Madre, o en las nubes sobre África o el Antártico, o en forma de lluvia en las selvas de Brasil, o de nieve en alguna parte.”

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